La valoración patrimonial de la torre de Don Fadrique y su espacio circundante, la antigua huerta del convento de Santa Clara, se inició en 1905 por iniciativa de la Comisión Provincial de Monumentos. Los académicos que la integraban tenían conocimiento de que las necesidades económicas estaban obligando a la comunidad de religiosas a vender sus bienes. Ya se habían desprendido de algunas porciones de la antigua huerta y, temiendo que la comunidad vendiese la torre, y al pasar a manos privadas la excepcional construcción medieval pudiese desaparecer, la Comisión de Monumentos emprendió dos acciones para intentar su conservación. La primera fue sugerir al Ayuntamiento su adquisición, lo cual se llevó efectivamente a cabo. La segunda, darle un uso que motivase su mantenimiento, como espacio cultural, en concreto como sede del Museo Arqueológico Municipal.
El proyecto lo llevó a cabo el arquitecto municipal Juan Talavera y Heredia, un gran conocedor del historicismo andaluz que tuvo bastante protagonismo en la conformación de la nueva imagen de la ciudad de Sevilla, en el contexto de su adecuación para la Exposición Iberoamericana de 1929. Obras suyas fueron los arreglos del paseo de Catalina de Ribera y los Jardines de Murillo así como el diseño de las plazas de Doña Elvira y de Santa Cruz o ciertas actuaciones de el Parque de María Luisa.
Independientemente del fracaso del museo, cuyas piezas finalmente pasarían a formar parte del actual Museo Arqueológico de la Plaza de América, esta iniciativa contribuyó en definitiva a salvar la torre. Juan Talavera se encargó de hecho de restaurarla, devolviéndole su cota original -había ido quedando enterrada con el paso de los siglos-, y dignificarla, mediante la creación de un estanque delantero con el fin de que la torre se reflejara en el agua y así realzar aún más la construcción. La ordenación del entorno circundante con jazmines, setos de arrayán y naranjos en ese trozo recoleto y silencioso del convento de Santa Clara, es una de las soluciones más acertadas de Juan Talavera. Hay ante todo una preocupación por crear un ambiente que acoja y embellezca al monumento. Todo ello contemplado por el enorme ejemplar de laurel que aporta si cabe más solemnidad a este singular espacio.